España - Los tambores de Mula (Murcia), por Paco Acosta



La primera vez que oí hablar de ellos, éramos novios. Mi novia, hoy mi esposa, natural de y con domicilio en Mula por aquel entonces, me contaba cosas de “la noche de los tambores”, de las cuadrillas de tamboristas (así se llama en Mula a los que tocan el tambor), que en grupos de 3 o 4, cubiertos con una sencilla túnica de tela negra, cada uno con su tambor “colgado” y “armados de palillos”, hacían zurrir sus tambores, mientras deambulaban sin rumbo fijo, (o sí, recorriendo unas muy concretas “rutas”), hasta después del mediodía siguiente, por las estrechas calles, cargadas de historia del centro de Mula.



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Y me relataba que “lo tradicional”, lo “verdaderamente auténtico” era ir tocado con un capirote negro, sin armar (esto es sin el cucurucho de cartón interior), para que quedase flácido o chafado. Con la cara descubierta. Y que el tambor, enganchado a una bandolera de cuero, podía ser grande, sin exagerar, o más pequeño, sin llegar a ser canijo, dependiendo de la capacidad de aguante del paisano, pero eso sí ¡tenía que zurrir bien!. Y el “toque”, ¡ay, el toque! el verdadero toque muleño, ha de ser constante, cadencioso, seguro, sonoro y a la vez, si esto es posible en un tambor, desprender musicalidad…. No solo es cuestión de ritmo y de sacarle al tambor un sonido fuerte o estridente, que apague el de los otros. El buen tamborista de Mula, ha de ser capaz de resistir sin decaer, al ser contrastado en “pánganas” o duelos de tambores, en los que ambos contendientes intentan aguantar más y hacer que el contrario abandone “apabullado”, o pierda el ritmo… En estas pánganas, cuando son realizadas por buenos tamboristas, con las partes traseras de los tambores enfrentadas a menos de medio metro una de otra, se llegan, en momentos, a sincronizar los movimientos de los palillos, y conseguir un sonido uniforme, para sorpresivamente uno de ellos al acelerar o ralentizar el toque, logre confundir al adversario…



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Y me comentaba que, para preservar las raíces de esta fiesta, se habían creado escuelas del tambor, donde los más pequeños aprendían los intríngulis del toque muleño….




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Y me contaba la curiosa historia de cómo surgieron los tambores en Mula. Esta costumbre de tocar o batir allí el tambor en Semana Santa, nació a principios del siglo XIX, como una forma de rebeldía popular a las imposiciones religiosas y civiles por parte de los poderes públicos. Esto es, como protesta popular contra las autoridades y la Iglesia. Y ya en 1859, las Ordenanzas Municipales regulaban el uso de los tambores, en exclusividad por parte de la Hermandad del Carmen…. Los paisanos, entusiastas del tambor y del hacer ruido, no les tuvieron que hacer demasiado caso. Y hoy en día resulta paradójico que los primeros documentos que hacen mención a lo que actualmente es una fiesta declarada de interés turístico nacional, fueran los relativos a su prohibición. A lo largo del tiempo, no siempre las autoridades y las clases dominantes han estado conformes con esa costumbre. Y muchas veces fue objeto de persecución y desaprobaciones. Un bando municipal de 1892 desautorizaba el toque de Tambor a partir del Miércoles Santo, para no perturbar la religiosidad que se debía requerir en la Semana Santa. El pueblo llano, desobedeció una vez más el mandato y provocó disturbios que se saldaron con detenciones…. Posteriormente el toque de tambores volvería a estar autorizado. Y hasta hubo ediles que quisieron, si no restringir, sí “sacar beneficio” de lo que hasta entonces era una libre fiesta popular, y en un bando, en 1944, se obligaba a cada tamborista a grabar un sello en su tambor, y a pagar por ello una cuota al ayuntamiento.




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Y me describía con palabras encendidas la emoción que tenían los muleños, cuando, portando sus tambores, llenaban la plaza del Ayuntamiento, próximas a sonar las doce en la noche del martes al miércoles santo, la llamada “noche de los tambores”. Y que para evitar que esta emoción contenida, se trasformase en empezar a tocar el tambor antes de la hora, se había acordado que unos pocos minutos antes de las campanadas, se apagase la iluminación de la plaza, lo que constituía una llamada de atención para los nerviosos tamboristas y los invitaba a levantar sus palillos por encima de sus cabezas y a hacerlos chocar uno contra otro, en un ruido “tic-tic-tic-tic-…” característico, que libera la tensión del que lleva colgado su tambor, hasta que a la primera campanada de las doce, una fanfarria de trompetas y trombones, incita a los tamboristas a comenzar esa orgía de ruido en la que se convierte la plaza…..



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Y me decía que los “muleños de pro”, disfrutan en estos días de Semana Santa con el toque de tambor, deteniéndose casi extasiados ante un buen zurrir, en un tambor adecuadamente tensado y afinado….




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Pero yo, que aún no había vivido todas esas emociones, no comprendía bien lo que era La noche de los tambores…. Nunca he cogido un tambor, pues me siento incapaz de hacer sonar adecuadamente tal instrumento. Pero cada vez que me ha sido posible, he acompañado a mi esposa a la plaza a ver como ese estruendo, al principio unísono, va resonando en tu caja torácica, como por oleadas, y va ocluyendo tus tímpanos, hasta impedirte oír todo lo que no sea ese “poro-poro-pom    poro-poro-pom    poro-poro-poro-poro-poro-poro-pom” repetitivo hasta la saciedad que te envuelve por todas partes. Y a partir de esos primeros instantes, los tamboristas se van desperdigando poco a poco, con mucha dificultad por el gentío, por todas las calles y callejas de Mula.




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Es costumbre que, al llegar el alba, los animosos tamboristas que pasan toda la noche tocando, -y recorriendo locales, bares y peñas, donde, a ratos, se refugian para “reponer fuerzas”-, adornen sus tambores con las flores que generosamente les “regala” la fértil tierra muleña…., las más de las veces recogidas en los jardines municipales.




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La participación en esta fiesta está abierta a todo el mundo, …, que le guste el sonido del tambor. Y es que esta costumbre, la de tocar el tambor, no es exclusiva de Mula, sino que se extiende a otras poblaciones de España, fundamentalmente en Murcia, Albacete y el bajo Aragón. En 1983, la Asociación de Tamboristas de Mula, planeó reunir en la ciudad, gentes de todos los pueblos que tuvieran entre sus tradiciones la de tocar el Tambor, y organizaron así la “I Muestra del Tambor”, con asistencia de representantes de Moratalla, Hellín, Andorra de Teruel, Agramón, Tobarra y la anfitriona Mula. Y en años sucesivos, esta muestra derivó en unas “Jornadas Nacionales de Exaltación del Tambor y del Bombo”, que se va celebrando en las diferentes localidades cada año, donde se toca el tambor en Semana Santa.

Cada año, en la ciudad de Mula, se tocan los tambores desde las 12 de la noche del Martes Santo, para así pasar tocando esa noche, que ya es el Miércoles Santo, hasta después de mediodía. Se toca también durante las mañanas del Viernes Santo y del Domingo de Resurrección, en horarios no coincidentes con las procesiones. Pero a los tamboristas les sabe a poco, ¡tanto debe enganchar!, que el resto de los días se desplazan a las otras poblaciones para continuar tocando…

Esta costumbre ha sido objeto de investigación por parte del historiador, cronista oficial de la ciudad de Mula, y buen amigo, Juan González Castaño, y ha dado lugar a un articulo “Origen y desarrollo de la tamborada de la ciudad de Mula (Murcia)”, [2001], en el que se desmontan las ideas aquellos que sostenían que el tambor se tocaba en Mula desde tiempo inmemorial. En este escrito se dice (y entresaco párrafos): “… no es que en Mula el toque de esas cajas de piel fuese desconocido, no, pues desde el siglo XVI, la milicia de la entonces villa,”… “poseía atambores que,” … “marcaban el son en sus entradas en combate”. “También era corriente hacer sonar tambores cuando se quería comunicar algo importante a la población”. “Y es que hacer ruido, era un buen sistema para atraer la atención de la gente, en la tranquila localidad”.
“Durante el siglo XVIII no se rastrea en Mula la menor mención a la costumbre de tocar tambores en los papeles del Archivo Municipal, y eso que” … “dan en esa centuria ordenanzas para las cosas más peregrinas” … “sin embargo, no nombran, siquiera para ser regulada, la costumbre de tocar tambores, síntoma palpable, a nuestro entender, de que aún no existía,” … “…los tambores forman parte de la Semana Santa muleña desde, como mínimo, los años cuarenta-cincuenta del siglo XIX, sin embargo hubieron de empezar a sonar en serio algo antes”.

No debo terminar este escrito, sin referirme al tambor como instrumento indispensable y protagonista de la fiesta.





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Actualmente el tambor de Mula, responde a unas características más o menos comunes que se encargan de cuidar los “artesanos del tambor” que continúan existiendo, en una industria que lejos de decaer, sigue “boyante” a pesar de la crisis. Lo que se considera más genuino en un tambor de Mula (aunque esto ha ido evolucionando en el curso del tiempo) es:
  • Diámetro grande, de unos 60 cm, (antes eran de unos 45 cm, como máximo, ya que la gente se construía su propio tambor, y se las ingeniaba para hacerlo con todo tipo de latas, incluso las de sardinas o atún)
  • Caja metálica (de hojalata), con aros y tensores de tornillo y ganchos, para el apriete
  • Piel natural, curtida, de cabra la parte delantera o palillera (la que se golpea con los palillos) y de oveja, la trasera o bordonera.
  • Bordones (ahora son cuerdas de guitarra; antes estaban hechos con tripas de animales), situadas en la parte trasera. Estos bordones, al golpear el tambor, reciben la vibración de la piel, emitiendo y modulando el sonido. Se reúnen en unos historiados herrajes (la “peineta”), que se utilizan para controlar su tensión, e influyen en el afinado del tambor.
  • Los palillos tienen punta en forma de porra, poco menor que una pelota de ping-pong. Con ellos se puede tocar la piel del tambor con fuerza…., (en el pasado eran utilizados los de punta fina)



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Antiguamente, (y aún se ven algunos tambores así), el sistema de tensado era en base a cuerdas que enrolladas en zig-zag, recorrían toda la caja del tambor, pasaban por agujeros realizados en los aros, enlazando el de la parte delantera con el de la trasera, para tirando poco a poco, conseguir el “apriete adecuado” de las pieles del tambor. Esta operación se ha visto muy facilitada por el apriete con tornillos, que permiten ajustar la tensión de las pieles con poco esfuerzo, y adaptarse a las siempre cambiantes condiciones meteorológicas que se tienen en Semana Santa. Es frecuente ver tambores con la piel rasgada en una soleada mañana, cuando la tarde anterior estaba perfectamente “apretado” en condiciones de una ligera humedad ambiental. O lo que para un muleño se considera casi “herejía tamboril”, un tambor ajustado en una soleada mañana de Martes Santo, sonando, porque han caído unas cuantas gotas, como un mal pandero durante la noche….

Las fotos proceden de Internet. Agradezco a los autores el que las hayan colgado, y me hayan servido para ilustrar esta entrada.




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